¿Por qué resuelve usted no participar en la consulta abierta de su partido?
Desde mayo del 2016 fui el primero en anunciar mi intención de aspirar a la presidencia de la República. Propuse una consulta popular abierta en marzo del 2018, al tiempo con las parlamentarias. Pedí que se cambiara el esquema de dirección colegiada, que no ha funcionado nunca bien, por (el de) un jefe único, imparcial en todo este proceso. Sugerí que ese perfil lo tenía el expresidente César Gaviria. Con el paso de los meses surgieron posiciones divergentes.
Sí, el doctor Cristo era de la teoría de la consulta con las parlamentarias, pero había alguien que no la quería así: Humberto de la Calle.
El doctor De la Calle, primero a través de su intermediario Arturo Saravia y luego él directamente, dijo que no aceptaba una fecha distinta a la de noviembre para la consulta popular. Se paraba de las reuniones y decía que se iba por firmas y que se retiraba del proceso. El doctor Cristo de un momento para otro terminó de acuerdo con el doctor De la Calle, en la fecha de noviembre.
¿A usted por qué no le gustaba noviembre?
Porque era una consulta en frío, en vísperas de Navidad. Pero porque, además, la Ley 1475, artículo 7.º, que es la de los partidos del 2011, dice que un candidato escogido en una consulta como la de noviembre queda inhabilitado para hacer alianzas, acuerdos, coaliciones o ser avalado por otros movimientos.
¿Y eso se lo pasaron por encima?
Ellos dijeron que eso se podía arreglar con una fórmula que un experto les dio. ¿Cuál era? Incluir en el tarjetón de la consulta de noviembre una pregunta al elector: que si estaba de acuerdo con que el candidato ganador hiciera alianzas. Pero eso no lo dice la Ley 1475, es una interpretación que ellos hicieron para resolver el problema.
¿Qué fue lo que pasó ahí? ¿Hubo un problema de vanidades?
El problema de fondo fue la parcialidad del director del partido, expresidente César Gaviria.
Muy duro ese diagnóstico. ¿El interés del director del partido no era acaso que ganara el mejor?
No escondió su favoritismo por el doctor De la Calle, cosa que es respetable. No lo es que tenga la doble condición de director del partido y jefe de campaña del doctor De la Calle. Porque, entonces, ¿qué garantías podemos tener los demás en una competencia donde el árbitro, los jueces de línea, hasta el recogebolas juegan a favor de uno de los equipos?
¿Quiénes son los jueces de línea y los recogebolas?
John Álvarez, director de comunicaciones del partido; el veedor, Rodrigo Llanos; el director del Instituto del Pensamiento Liberal, Héctor Riveros; el secretario del partido puesto por el doctor Gaviria, Miguel Ángel Sánchez. Todos ellos son figuras que deberían estar ahí para ser imparciales frente a todos los miembros del partido, pero no. Actuaron como miembros de una de las campañas.
Una cosa que ha mortificado mucho a la gente: 40.000 millones para sacar menos de 700.000 votos válidos en la consulta liberal…
Votó menos del 2 por ciento, 1,96 por ciento, una cosa así. Y, realmente, en términos ideológicos no había ninguna diferencia entre los doctores De la Calle y Cristo. Allí lo que había era una disputa por el control de la máquina del partido. ¿Quién lo controla? El que tiene el poder de hacer las listas y de otorgar los avales.
¿Cuál de los dos candidatos era el dueño de la maquinaria? ¿O estaba repartidita?
Pues, en las discusiones, yo recuerdo a Cristo planteándole a Gaviria que permitiera la escogencia de un secretario del partido distinto al de su preferencia, como para buscar un contrapeso. Y Gaviria dijo que por ningún motivo se iba dejar imponer un secretario para que los parlamentarios fueran a pedirle el aval al secretario y no a él. Que si iba a ser de jefe del partido, sería con toda la potestad y la responsabilidad de otorgar los avales. Lo cierto es que el doctor De la Calle, el triunfador, sacó menos de las firmas que se requieren legalmente para postular una candidatura por firmas.
Fue una consulta abierta y los colombianos no respaldaron a esos ‘candidatos de la paz’. Unos dicen que no se supo de la consulta, otros que había falta de entusiasmo en época no electoral, que solo votaron en las cabeceras, y hasta que llovió…
Yo sabía que en esa consulta, el voto de opinión no se iba a expresar. De hecho, para candidatos de opinión que no tenemos maquinaria, alcaldes, gobernadores, diputados, concejales o representantes a la Cámara, la única opción que tenemos de llegar al Congreso es que ese día salga la gente a votar en las grandes ciudades.
¿Quién es responsable de esa equivocación?
El doctor Gaviria, quien no vio que marzo era la opción y que repitió una receta fracasada del pasado.
¿Cómo así que repitió?
La consulta de septiembre de 2009, en la que resultó triunfador el doctor Rafael Pardo, se desarrolló exactamente como esta consulta. El doctor César Gaviria, jefe del partido, presionó a los candidatos al Congreso para que apoyaran al doctor Pardo, que era su candidato; elegido Pardo, los parlamentarios esperaron a marzo, aseguraron su elección y su curul, y se fueron todos en desbandada hacia Juan Manuel Santos antes de primera vuelta. El doctor Pardo solo sacó 638.000 votos como candidato del partido. Ahora va a pasar exactamente lo mismo, pero el beneficiario de esa desbandada va a ser el doctor Vargas Lleras, después de marzo. Ese es mi pronóstico reservado sobre lo que le espera al Partido Liberal.
¿Qué va a hacer usted? Quedó prácticamente por fuera del partido, bajo una circunstancia muy irónica, y es que cuando mataron a su papá, usted le entregó sus banderas a César Gaviria…
Pues a mí me sorprende mucho ver cómo una persona que entendió en ese momento histórico la importancia que tenía para el Partido Liberal la consulta popular de marzo, que fue la que defendió mi papá, por la que entregó el Nuevo Liberalismo y la personería jurídica, y que fue el primer presidente del Partido Liberal escogido por consulta en marzo del 90, se haya negado a permitirle al Partido Liberal una renovación, una modernización, un buen resultado para todos.
¿Modernización implica que usted hubiera sido el candidato?
Aceptar distintas tendencias, con garantías. Mostrar exactamente qué representa el Partido Liberal y cómo lo está representando; y no esta competencia de maquinarias y de egos que costó no solamente 40.000 millones de pesos, sino además la unidad, con la inevitable fragmentación del partido.
ELTIEMPO